sábado, 25 de septiembre de 2010

La Inmigración Amarilla

LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO

Grabado chino mostrando un “prototipo” de nave propulsada por cohetes (siglo XVI)

La Inmigración Amarilla

Con ese título publiqué hace ya 30 años en el vespertino Última Hora mi columna semanal Agenda, el 29 de febrero de 1980. Como merecido homenaje al aporte de una etnia que he admirado desde niño, cuando explotaba efusivo los mazos de cohetes fabricados en pequeños cilindros enrollados de papel periódico impreso con caracteres del alfabeto chino, empaquetados en celofán de colores rojo, amarillo, azul y verde con un gallo como emblema de marca. Ya en la calle Eugenio Perdomo, La Trinitaria o la Martín Puche, la Navidad era sinónimo de pólvora china que todavía olfateo penetrante su entrañable olor, atrapado en el tren de la nostalgia. Luego del repique del estallido múltiple, yacían sobre el suelo los caracteres mandarines desparramados cual sopa de letras Campbell. 

Ya en la guagua 5/3 de La Salle compartiendo con los Joa sancarleños, jugando en casa de Ricardo, degustando donde Meng o situado en el parque enamorado de Mithila. Ella, una hembra empantalonada de cuerpo grácil, con ese pelo negro picadito y un rostro bello aceitunado con expresión de chico malo. Al volante en su Chevrolet Impala, tenía a medio barrio enloquecido, esta suerte de James Dean versión mujer.

El texto fue recogido en la obra Ensayos de Sociología Dominicana, con dos ediciones (Siboney 1981, Taller 1984) y tiraje de 6 mil 300 ejemplares. Hoy lo transcribo intacto y dice así:

"Los chinos empezaron a llegar en grandes contingentes a las tierras americanas a mediados del siglo XIX, como consecuencia de la crisis de brazos que afectó a numerosas economías de plantación. Llegaron en calidad de siervos contratados a laborar en los ingenios del Caribe y de Perú, y en los depósitos de guano de las islas Chinchas

Campamento de trabajadores chinos en las Islas de Chincha, Perú

A nuestro país arribaron en los inicios de este siglo (XX) en proporciones modestas, ocupándose como pinches de cocina y sirvientes domésticos. Como resultado de la prohibición de la trata negrera por parte de los ingleses, en 1807, y de los franceses, en 1831, y especialmente de la persecución tenaz emprendida por la flota británica contra los barcos negreros, el tráfico de esclavos se hizo más riesgoso como empresa económica. Ello trajo aparejado el encarecimiento de la mercancía que se comerciaba y mayores dificultades para su obtención. Fue el caso de Cuba, donde desde 1847, bajo el patrocinio de la Junta de Fomento, se introdujeron unos 150,000 chinos que se esparcieron en las zonas azucareras de la provincia de La Habana y de Matanzas.

Peón chino
"En Perú donde la esclavitud negra fue abolida efectivamente en 1855, los chinos ingresaron entre 1849 y 1874, sumando unos 80,000 registrados en el puerto de Callao. Fueron empleados en los ingenios de la costa y en la explotación de guano, bajo contratos por 8 años de duración y un salario mensual de 4 soles, más los gastos de manutención, ropa y asistencia médica. A cambio de esto los chinos demostraron ser excelentes operarios de jornadas de 18 horas diarias.

En Cuba, el contrato comprendía 8 años de duración y un salario de 3 pesos mensuales y la manutención. A las personas comprendidas bajo esta forma de regimentación laboral, basada en la servidumbre contratada, se les denominó culíes y en inglés coolies. No sólo los chinos estuvieron afectados por la misma, sino que los indios (de la India) y polinesios engrosaron las filas de culíes que vinieron a trabajar a estas latitudes.

Grabado de la segunda mitad del siglo XIX. Explotación del guano en Perú.
Portal Antehistoria.com.

"En Cuba los culíes chinos fueron conocidos como chinos manila y en Perú se les identificó como chinos macao, en alusión a su presunta procedencia. Fernando Ortiz, en su estudio sobre las etnias que concurrieron a la forja de la cultura cubana y en especial a lo que él denominaba 'la mala vida' -o sea, las conductas delictivas- atribuye al chino esta nada envidiable aportación: 'La raza amarilla trajo la embriaguez por el opio, sus vicios homosexuales y otras refinadas corrupciones de su secular civilización'.
http://es.wikipedia.org/wiki/Cul%C3%AD
 "Aparte de Cuba y Perú, otros países requirieron la presencia del culí chino en sus faenas laborales: Jamaica, Trinidad y la Guayana Británica introdujeron decenas de miles de chinos, como forma de paliar el déficit de mano de obra ocasionado por la abolición de la esclavitud en estas posesiones inglesas, junto a contingentes superiores de culíes indios. Esta inmigración se produjo desde 1844 y los culíes eran vendidos por cinco años, a precios que oscilaban entre los 70 y 80 pesos. Posteriormente, los chinos aparecerían en el escenario norteamericano en los trabajos de construcción de las vías férreas, en el laboreo de las minas, como un ingrediente más de la policromía del Oeste. Y su diminuta figura se haría familiar en el Canal de Panamá.




"En nuestro país, contamos con noticias de la presencia china desde los inicios de este siglo (léase s. XX). Ya en 1915, las autoridades resolvían negar el permiso de ingreso a 22 chinos que lo solicitaban desde Puerto Rico, aclarando que se hacía "en vista de la abundancia de residentes chinos en toda la República, y, a pesar de conocer que no son ellos los peores inmigrantes". Sin embargo, las autoridades de ocupación norteamericanas fueron más liberales en lo concerniente a la recepción de chinos, a pesar de que la ley de inmigración de 1912 los incluía dentro de la relación de inmigrantes restringidos. Entre 1916 y 1919 ingresaron al país 75 chinos, de acuerdo a un reporte oficial. Muchos oficiales militares norteamericanos, diplomáticos y funcionarios de la Receptoría de Aduanas preferían tenerlos en calidad de sirvientes y cocineros, trayéndolos desde otros países de la región. Al mismo tiempo, los chinos ya residentes, prevaliéndose de sus vinculaciones con estas autoridades, gestionaron la autorización de ingreso para parientes suyos radicados en otras islas del Caribe.


"Posteriormente, el ingreso de los chinos se facilitaría, radicándose en Santo Domingo y diversas ciudades del Cibao. Fuera de las ocupaciones antes señaladas, los chinos se dedicarían a la especializada tarea del lavado y planchado de ropa, estableciendo lavanderías públicas que prontamente se acreditarían por el esmero y pulcritud de resultados. Las líneas de pastelería y panadería se verían beneficiadas con la incorporación del talento oriental, popularizándose los pasteles de ciruela, los bizcochos y el pan centeno. Los emparedados hechos en estos locales, de pollo, de jamón planchado, y completados con lechuga y tomate, harían las delicias de un público ávido de calidad. En los restaurantes, los chinos implantarían su señorío con la introducción de sus platos de arroces, sus vegetales, sus sopas y pescados. El arroz frito con pollo, el chicharrón de pollo y otras variedades de empanizados alcanzarían amplia aceptación gracias a la pericia culinaria de los "amarillos".

"Como una forma de proveer sus propios establecimientos y además vender al público, los chinos se dedicaron al fomento de la siembra de hortalizas, en la periferia de las ciudades. En Santo Domingo desarrollaron la siembra de rábanos, lechuga, repollo chino, nabos, zanahoria, pepinos y verduras como cilantro, puerro, que alimentaban con estiércol de los caballos de las estancias circundantes y beneficiaban con el uso de regaderas manuales. Estas hortalizas eran vendidas por pregoneros ambulantes, cargados de dos canastos pendiendo de los extremos de un palo soportado en las espaldas.

"Más adelante, los chinos ganaron terreno en el negocio de hoteles de ocasión y más recientemente en los moteles, donde la prontitud en la atención y su discreción oriental parecen ser las claves de su éxito. Los supermercados chinos, que se distribuyen en la Duarte, la San Martín y otras calles comerciales, han llevado al consumidor una gama de precios más atractivos que los acerca a los sectores populares.

"En los días que discurren (léase década del 80) la inmigración china se ha incrementado. Se trata de empresarios que han decidido trasladarse a tierras americanas, invirtiendo capitales en lugares más seguros. Tras el reconocimiento de China continental por parte de Estados Unidos y el desplazamiento de China nacionalista de las Naciones Unidas, la incertidumbre se ha apoderado de numerosos empresarios chinos. Fábricas completas han sido desmanteladas para ser trasladadas hacia lugares menos vulnerables. La República Dominicana ha recibido una cuota cada vez más significativa de estos empresarios. Sus inversiones se han orientado hacia la alta hotelería -que se inició con la adquisición de El Embajador- y se encaminan hacia el sector industrial con el paquete empresarial que se proyecta en San Pedro de Macorís. Este último proceso marca el cambio fundamental que se ha operado en la inmigración china. De culíes contratados para pesadas y prolongadas jornadas a capitanes del mundo empresarial."


Rosa Ng, Presidenta de la Fundación Flor para Todos, Inc., junto a nuevas generaciones de
inmigrantes chinos en Santo Domingo.



Al releer este material redactado tres décadas atrás, ahora a la luz de otros datos referidos en el artículo "Chu Chu Tren Chino" del sábado pasado, habría que agregarle los aludidos registros censales de los chinos en Puerto Plata en el último cuarto del siglo XIX, las citas sobre estos nacionales en Santiago que ofrece Arturo Bueno en su libro y otras que no transcribí de Pedro R. Batista en su obra Santiago a Principios de Siglo. Quien afirma que esta inmigración creció y procreó con dominicanas, llegando "a formar una muy estimada colonia que se distingue por su laboriosidad, pacífica, amistosa y decente convivencia". Asimismo los censos del siglo XX situaron a los chinos en una lenta progresión demográfica: 255 en 1920, 312 en 1935, 455 en 1950. Cincuenta años más tarde, en 2002, el censo arrojó 607 nacidos en China continental, 542 en Taiwán y 43 en Hong Kong.


Celebración del año nuevo chino 2009, Año del Buey, en el Barrio Chino de Santo Domingo.
Pero la percepción que se tiene es de un notorio incremento de esta inmigración en las últimas décadas. Atraída por el dinamismo económico y las oportunidades de negocios, las facilidades de naturalización y el chance de emigrar a EEUU. Ya aplicando bajo la cuota dominicana los naturalizados -dada la saturación de la cuota china. Ya como parte de nuestro bien organizado sistema de viajes ilegales. La visibilidad en los servicios de atención al público -como expresos de comida, tradings, joyerías, computiendas, uñas acrílicas-, la apertura del Barrio Chino y la expansión del comercio bilateral (1,001 Taiwán, 416 RPCh y 83 H.Kong: US$ millones en 2008) y el turismo, auguran que habrá más "amarillos". Esto, sin contar profesionales y ejecutivos altamente calificados. Enhorabuena.


De JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO
Agenda, Última Hora, el 29 de febrero de 1980

domingo, 19 de septiembre de 2010

Lecturas. Conversando con el tiempo por José Del Castillo Pichardo: Chu Chu Tren Chino

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Un viejo amigo historiador de la ciudad del Yaque me escribe para notificarme que en 1898 el cronista de la vida local Arturo Bueno conoció en Santiago dos chinos en el Callejón de la Plaza. "En un ranchón largo, de tablas de palma, cobijado de yaguas, tenían una fonda de mala muerte, en la cual vendían el clásico mondongo con sus trocitos de batata dentro. Esos dos chinos respondían al nombre de Fernando e Hilario, este último padre de Venero el chino, quien por mucho tiempo tuvo un tejar cerca del Fuerte Dios, hoy Parque Imbert. Más tarde llegó Carlos, tras éste Francisco Sanz..." Relata que los chinos se hicieron fuertes en los ramos de lavandería al vapor, tejares, hortalizas, fondas y restaurantes. Ya en 1960 eran "los dueños de los mejores hoteles, de suntuosos cafés y bares", conforme cita de Bueno en su obra Santiago, quien te vio y quien te ve. 
La expansión oriental en la gastronomía del Cibao quedó ilustrada por el caso del Lic. Manuel Lora, quien habría asistido sin cobrar a un chino radicado en Santiago. Durante un recorrido por Moca, Salcedo y San Francisco de Macorís, el abogado fue servido en los comedores chinos sin que le permitieran pagar la cuenta. Extrañado ante tanta generosidad preguntó el motivo. Entonces los chinos le explicaron que no podían cobrarle a quien defendió a un compatriota gratis. Esta historia sobre la presencia singular y deliciosa de los chinos en el paladar alimentario dominicano se empata con otra que me enviara un internauta motivado por los artículos anteriores. Titulada Viaje del abuelo de China a Santo Domingo, fue escrita en inglés por Karina Sang y publicada en New Youth Connections. Versa sobre los famosos chinos de Bonao.
Así comían los trabajadores chinos

"Muchas veces me he preguntado acerca de mi abuelo chino. Murió antes de yo nacer y mi familia nunca ha hablado mucho de él. Algún día me gustaría ir a China y encontrar lo que queda de mi familia china. Pero por ahora, tengo que estar satisfecha con las pocas historias que me ha contado mi padre. Mi abuelo salió de China para Santo Domingo en 1916 con dos de sus familiares. Su padre había sido un rico comerciante y dos de sus hijos decidieron ir en busca de nuevos horizontes. Se establecieron en la ciudad dominicana de Bonao y abrió un restaurante llamado Sang Lee Long. Pese a que tenía nombre chino el restaurante servía comida dominicana y fue muy popular. Mi abuelo se llamaba Luis Sang. Nunca dijo a la familia su nombre chino. Había pasado por un matrimonio de conveniencia en China y dejó a su esposa y sus dos hijos cuando se trasladó a República Dominicana. En su nuevo país se casó otra vez y tuvo 10 hijos: 7 hembras y 3 varones. Mi padre fue uno de ellos. El restaurante del abuelo tenía la mayor parte de su clientela entre los viajeros. Cuando la vieja carretera que unía a esta región con la capital cerró a finales de 1959, Bonao quedó fuera de la nueva ruta. Como resultado el restaurante del abuelo quebró. Así se quedó en casa y nunca abrió otro restaurante."

Hombres reunidos en un restaurante

José A. Núñez Fernández -un memorioso culto de Bonao integrado a la pléyade de locución de La Voz Dominicana, diplomático en Uruguay y columnista de lujo de Hoy- me dice que al restaurante de los Sang iba el brigadier Trujillo en los años 30 cuando se movía por el Cibao, a degustar su afamado arroz con pollo y otros manjares de su culinaria. En el salón principal presidía un retrato a cuerpo entero de Trujillo uniformado. Recuerda en Bonao a Luis, Francisco, Alfonso, Nicolás y Manuel Sang, este último colmadero. Refiere que en un mitin de la campaña de Trujillo en 1930 celebrado en La Vega, utilizando las facilidades del Royal Palace frente al parque y con el joven Joaquín Balaguer como orador, el cronista del diario La Opinión que cubrió el evento escribió, profético, lo que sigue: "Este partido que no tiene emblema hay que llamarlo el partido de las ametralladoras, por la profusión de armas que se exhibió durante el mitin tanto en el parque como dentro del Palace".

Un amigo genealogista puertoplateño me recrimina: la Novia del Atlántico tiene también su vagón chino. Recuerda que el Censo de Puerto Plata de 1875 reveló que aquella comunidad era un caleidoscopio étnico. Una gran presencia cubana provocada por la Guerra de los Diez Años (1868-78) que se libraba en la Isla Fascinante. Existían colonias inglesa, alemana, holandesa, italiana, puertorriqueña y americana, entre otras, y figuraba un grupo denominado "asiático". En la calle del Sol 18 residían los fondistas José D. Ley, Lino Buceta, José Martínez, Benito Pérez y José Nazario. Asimismo Manuel Agüero, Alejandro Mola, Joaquín Varona, Eusebio y Angel Betancourt, dedicados al trabajo de campo. En la Beller 103 fueron censados Alejandro Cosio, Manuel, Alejandro y Aniceto Agüero, de oficio comercio. Todos registrados como asiáticos, pese a la grafía hispánica de los apellidos. En 1879 aparecen en la calle del Sol los fondistas chinos Benito Pérez, José Juan y José Martínez, el cocinero Julián Blons, el panadero Juan Román, el cigarrero José de Js. Martínez, y los comerciantes José Nia, Alejandro Casio, Mateo Lopes, Roberto Terce, José Domínguez, Pascual Dias, Juan Jeres. En el de 1919 figuran en el ramo de cafés y restaurantes San Lee Lun & Co. y en el de lavandería Julio Lee.


Otro pro chino -no en el sentido ideológico que tuvo el término durante las décadas de fiebre revolucionaria, cuando el conflicto sino/soviético y la célebre Revolución Cultural guiada por el pensamiento Mao Tse Tung encendía pasiones- es el compañero lasallista Jesús de la Rosa, un pedagogo ejemplar y esmerado ensayista. Animado por el trencito de Oriente me ha entregado unas notas tituladas "Los chinos de San Carlos", que resumen su experiencia vivencial con nuestros vecinos barriales, algunas de cuyas familias se radicaron en la Peña y Reynoso, en las cercanías del parque. "Nací y crecí en el barrio de San Carlos. En ese sector de la ciudad de Santo Domingo, llamada entonces Ciudad Trujillo, habitaban varias familias procreadas por emigrantes chinos. Recuerdo con afecto a los Joa, Chan, Ng, Macorís, Font, entre otros. Los chinos que conocí eran gente trabajadora, de poco hablar y muy reservada. Casi todos sus hijos mestizos cursaron estudios universitarios y, con el paso de los años, se convirtieron en prestigiosos profesionales de la medicina, la ingeniería, la economía y otras ramas del saber. Muy pocos de ellos se dedicaron al negocio de restaurantes y a la venta al por menor de todo tipo de mercancías.

"Recuerdo que los chinos de primera y segunda generación no eran muy sociables que digamos; sólo intercambiaban entre ellos. Las lenguas viperinas de San Carlos afirmaban que una monja era más fácil de conquistar que una china. 



No obstante, no sé por qué motivo, a mí los chinos de San Carlos siempre me distinguieron y me trataron como uno de su raza. Mis relaciones con ellos fueron de un nivel tal que algunos llegaron a pensar que yo tenía familiares chinos. Hace unos años, en una recepción en una embajada, alguien me preguntó por unos supuestos parientes orientales. Como sospechaba que se refería a los Joa, a Margarita, Ricardo, Ramón, le expliqué a quien indagaba que yo no tenía familiares chinos, que los Joa eran mis grandes amigos y que todavía lo son.

"En los años 50 en la capital sólo había dos pequeños supermercados: uno propiedad de un ciudadano norteamericano apodado Wimpy situado en la Bolívar; y otro propiedad de un ciudadano chino situado en la avenida José Trujillo Valdez, hoy avenida Duarte. En este último establecimiento comercial trabajaba como cajera una hermosa china de irreductible carácter subrayado por la dureza de un castellano pronunciado con acento oriental y manifestado en unos bellos ojos azules. Todas las tardes visitaba el supermercado del chino sin ánimo de compra sólo para satisfacer mi deseo de contemplar de cerca esa Venus del lejano Oriente. A partir de mi ingreso en 1956 a la Escuela Naval, mi vida transcurrió por otros senderos. Me alejé del barrio, de mis amigos chinos y de los demás de infancia. No obstante, aún los recuerdo con mucho cariño. Cómo olvidarme de don Ramón, don Emilio, don Macorís, don Angel, el padre del doctor Chang Aqui-no, de sus hijos mestizos y de sus muy contados hijos de madres chinas." Yo siempre estuve encandilado por dos hermosas chinitas de la Peña y Reynoso, de tez aceitunada.

Freddy "El Conejo" Guerrero -hombre de la Luis C. del Castillo en Villa Consuelo- me llamó temprano por teléfono el sábado pasado: "José, antes del Garden de la San Martin que mencionas estaba el Central, de Samuel, Santiago y Jaime Sang. Más arriba, a casa de por medio del cine Ramfis de Manguel Pérez, al lado de la tienda Nuevo Mundo, se hallaba el restaurante Chong King. Se te quedó el hotel restaurante Península, en las cercanías del Borinquen de Ulises Frías, que disfrutamos en nuestros buenos viejos tiempos, cuando se podía parrandear sin temor a un asalto a cargo de jevitos tecatos amparados por el nuevo Código Penal". Mi admirado Euclides Gutiérrez Félix -talento, erudición y gracia tertuliante- me da un telefonazo. Había dejado fuera una animada peña sabatina que operaba en el Panamericano de El Conde, a la cual acudía gustoso en los 70 y los 80, encabezada por él con la participación de un grupo de abogados con oficina en el edificio El Palacio: Blanco Fernández, Bidó Medina, Báez Pozo, Bonilla Cuevas, Manlio Minervino, Mignolio Pujols. Con anexidades de otras profesiones: el odontólogo Gonzalo González Canahuate y el arquitecto Nanchú Espínola.

Pero un olvido imperdonable fue el dinámico publicista Chuchú Ortiz, segunda generación china. En los 80 -cuando la San Vicente de Paúl tenía en Las Vegas de Virgilio Bonilla el mejor dancing para bailar salsa elegante y vibrar a golpe de bajo vientre con la percusión endiablada del nuevo merengue acelerado- La Finca del amable Chuchú ofrecía caldos para borrachos (mondongo, cocido, sancocho) y picantes patitas de cerdo. Refugio de enamorados en peregrinación hacia la zona oriental, donde se podía danzar entre una juventud despreocupada, pecar en los silentes moteles chinos y recargar energías con la gastronomía acriollada del locuaz Chuchú. Un regordete filósofo domínico-chino de ojos rasgados, sombra de bigote, cara redonda reluciente, acampado en su rancho remedo del Far West, vestido de cowboy con sombrero y todo. A la vera del asfalto ardiente de la San Vicente, este afable publicista metido a fondero.









LOS MANOLOS



Se reunieron en Mei-Gui. Su alegría, entusiasmo y amistad inundó el segundo piso del restaurante asiático y bajó al Paseo de la Duarte e irradió por el Barrio Chino... Todo comenzó en una excursión a China. Se hicieron amigos y ya nunca han perdido esa fuerza del hermanamiento social. ¡Qué gente tan maravillosa!

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domingo, 12 de septiembre de 2010

José Del Castillo continúa: "CHINITO QUIELE MÁ"

Dñª Rosa del Barrio Chino, Pochy para los íntimos.

La primera fue Pochy, quien me llamó a las 9 am del sábado: "José, ¿te estoy despertando? Quiero agradecerte el artículo de hoy sobre la comida china..." Le respondí a la presidenta de la Fundación Flor para Todos que estaba levantado desde las 6. "Emilio José Brea me pidió tu email para hacerte unos comentarios..." Así, el segundo fue el apreciado arquitecto, un amante de la ciudad y del Barrio Chino, cuyo correo electrónico reproduzco por ilustrativo. "Hola José: Rosa -la de los pétalos enegesianos- me ha facilitado tu dirección de correo electrónico y he querido hacerte llegar estas líneas después de leerte esta mañana. Como hijo de pueblo donde siempre hubo y hay chinos, te escribo porque creo que en tu reciente colaboración para Lecturas, la sabatina de DL (4 de septiembre), olvidaste algunos sitios o referentes de la gran cocina china, que los hubo de muy prestigiosa calidad culinaria, como lo fue, por ejemplo y hasta hace relativamente poco tiempo atrás, el restaurante Yaque, de Sijin Joa, en Santiago, en la calle Restauración. 



Los de San Francisco de Macorís no aparecen en tus memorias y quizás no los conociste, pero recuerdo que a Yaqui Núñez se le ocurrió una vez hacer una guía gastronómica y ahí estaban, el del Hotel Central, a la cabeza del cual estuvo hasta su asesinato, Antonio Pons, asistido por su esposa Rosita Chez, y el del Hotel Macorís, donde estaban los hermanos Manchón y Alberto, hermanos de Sijin y de Emilio y Menfá Joa, los exquisitos cocineros (Manchón y Alberto estaban en la administración y dando la cara en una especie de relaciones públicas muy diáfanas con sus contertulios, lo cual no quiere decir que no cocinaran). Emilio era el padre de José Emilio Joa Acosta, arquitecto y excelente cantante, y Menfá luego puso casa aparte, hacia el sureste de la ciudad, en uno de esos fugaces resplandores de buena cocina, exótica por demás, que duró muy poco dado su fallecimiento prematuro.

En Nagua, Domingo Lilón hizo historia con su hotel frente a la Bahía Escocesa, con el rompiente de las olas socavando las estructuras físicas del inmueble, al extremo de que la vellonera casi se cae al mar, no obstante su enjaulamiento. Todos estos sitios eran frecuentados por avisados viajeros y turistas internos que buscaban auténticos platos del mar y en ocasiones hasta el prohibido manatí, con sus sabores diversos. A propósito, el restaurante de Pochy y sus hijos se llama Mei Gui y ciertamente que es lo mejor del barrio chino al que le decimos Bachi. Allí, en Mei Gui hay una democrática fusión regional de platos y platillos del Asia circunpacífica. La cocina de Tailandia, Vietnam, Indonesia, Japón y la China continental hacen las delicias de los habituales..." Un mail de Pochy consigna en Santiago "el Restaurante Antillas en los años 40 del abuelo de los Sang Ben y donde mi papá Francisco Ng, Alejandro Ben y el papá de Vencian Ben fueron cocineros y de ahí formaron sus propios restaurantes o fondas...También el famoso Wisang Long y el Royal Palace del padre y abuelo de nuestra Rosario Sang, en La Vega". El vegano Iván Robiou de Moya cita a John Sang, el Patriarca, que llegó durante la Ocupación Americana -en cuyo local comía palomas fritas, ensalada de camarones y chicharrón de pollo- y a su hijo Santuan Sang, dueño del Palace, locación de la novela Carnaval de Sodoma de Pedro A. Valdez.

El tercero en llamarme fue Juan Arturo Rodríguez -grato contertulio hijo del general de hombres libres Juancito Rodríguez-, quien relató sus preferencias en el Mario. Era un fanático del London Broil, cuya textura suave y jugosa evoca, apetitosa. Lo retiene acompañado de repollo hervido y papitas salcochadas, servido en el Salón Azul, el más formal de los tres ambientes que tenía este santuario de la gran gastronomía oriental e internacional. El cuarto turno al bate correspondió al consagrado coleccionista e historiador de la música antillana Cristóbal Díaz Ayala, un amigo cubano residente en Puerto Rico que ha logrado reunir la más formidable colección de registros sonoros de la música popular cubana, borinqueña y latinoamericana, donada a FIU para su preservación y acceso público. Autor de libros troncales sobre la discografía del Caribe hispanoparlante y la evolución de sus géneros populares. Ahí va el mail.


"Compay: ¡Qué memoria gastronómica! El que lo lea, sin conocerte, pensará que se trata de un señor pesando unas 300 libras... En Cuba había restaurants o fondas de chino, pero no en la cantidad y variedad fabulosa que tú mencionas. Además, muchos de ellos estaban muy "cubanizados". Sí había una cosa muy curiosa: Lo que se llamaba "puesto de chino", que eran locales pequeños, muy modestos, donde los chinos vendían frutas frescas, frituras de distintas clases, viandas, etc. a precios módicos. Claro, sin mesas, el mostrador y más nada. La gente les llamaba "puestos de primeros auxilios" porque cuando la plata escaseaba, por poco dinero matabas a la que te estaba matando. Por supuesto, los chinos vivían en la trastienda. Como los chinos eran tan emprendedores, si la cosa iba bien, agregaban helado, lo cual era una inversión importante en maquinarias. Y los de fruta, los hacían divinos! Al que allí se llama el de ciruela, en Cuba le decían, no sé por qué, orejones. Además, algunos de esos chinos, también "recogían para los terminales" o sea tomaban apuestas para la lotería prohibida, que en Cuba era casi o más importante que la legal..." En La Habana, los hermanos Bonilla Aybar y Mauricio Báez iban al Dragón de Oro y La Muralla.

Luego el día transcurrió con reacciones variopintas. Al bajar al parqueo para emprender la rodada sabatina mis vecinos hicieron sus observaciones. Don Rafael Martínez refirió la introducción de las hortalizas en San Pedro de Macorís (Villa Providencia) y en el ingenio Quisqueya por hacendosos chinos, refrescadas recorriendo el surco con sendas regaderas colgadas a ambos lados de un palo apoyado sobre los hombros. Puerro, apio, jengibre, nabo, rábano, lechuga, repollo, berenjena, verduras, vendidos en canastos colgantes. Don Juan Pardilla -antiguo funcionario del Banco Agrícola que tenía crédito en el Dragón- me recuerda el restaurante Colón del chino Chon, frente al parque, que luego se llamó Canadá, de Miguel Ng. En los 60 iba con mis correligionarios socialdemócratas y Jimenes Grullón se aprovisionaba de cigarros. Hoy hotel restaurante El Conde del amigo Manuel Aybar, el célebre Palacio de la Esquizofrenia que cumple 32 años de tolerancia terapéutica. En frente -anota Alberto Perdomo- funcionó en los 50 el Quisqueya de Jaime Joa.



En la tarde César Pina Toribio -compañero de curso en el liceo Juan Pablo Duarte- me participó sus vivencias desde que llegó a Ciudad Trujillo en 1953 procedente de la ciudad corazón. De un chino de igual nombre señala el restaurante Santiago, ubicado en la avenida San Martín con Moca frente al aeródromo General Andrews, clave en su memoria musical. Allí, en su vellonera evocativa, escuchó y quedó prendado de Cómo fue, en el fraseo del Benny. Otros que retiene, el Asia, en el ensanche Ozama, La Yoli, en la Teniente Amado. El colmado barra de Juan Joa en la Duarte con Juan Evangelista Jiménez, con su pay de crema y bizcochitos de 5 centavos. Alberto Perdomo tomaba su cervecita en una pastelería barra china anexa al Mercado Modelo de la Mella, frente al cine Apolo. Oscar Haza -mi primo de la TV en Miami, presente en casa festejante de Franklin Lithgow- añadió: "tienes que incluir a Juan Chea, el del Comercial. No sólo era la barra y el comedor con sus excelentes ajíes rellenos. También era su cocina china. Platos como el Moo Goo Gai Pan" (lonjas de pechuga de pollo marinadas, con abundante y variados hongos cabezones, castañas de agua, puerro ancho, brotes de bambú, dientes de ajo, lascas de jengibre, pasados por el wok en sesame oil, salsa de ostras y vino de arroz).

Franklin amplió sobre los restaurantes de San Francisco ya referidos. Otros nombres asomaron en la capital: el Tony, al lado del teatro Julia. El Alaska y la Barra Chan, en la San Martin. El colmado y repostería Tung, en San Martín con Máximo Gómez, en cuya calzada se animaba un mercado billetero. Núñez Fernández, en tertulia telefónica, habla de los chinos de Bonao en la carretera vieja: el restaurante Sang Lee Long, afamado y pionero. El Formosa, de un chino procedente de S.J. de Ocoa, precedente del Vizcaya, donde Felo Haza, Freddy Miller, Octaviano Leroux y él recargaban. Salen a relucir el Seven Seas, el Saratoga y El Moderno, sito en la Duarte. Yo cito el Escocia, favorito de Danny Batista. Y el Salón de Té, de Ricardo Bello y Susana Joa, en Las Atarazanas y luego en la Max Henríquez Ureña, donde acudía los martes a la Tertulia del Patio que coordinaban María José Álvarez y Luisa Perdomo. Hoy Chinois, en la Marina de Chavón. Excelente.

La jornada sabatina fue intensa con Fernando Casado botándose como un ángel cantor, repasando su exigente repertorio y ofreciendo refrescantes sorpresas a sus amigos. Francis Santana, el Songo veteranísimo y versátil demostrando que hay todavía mucho galillo afinado "para rato" y Expedy Pou dramatizando sus temas con profesionalismo virtuoso. Todos quedamos encantados con la magia de una voz femenina, la de Johanna. El mejor regalo del maestro Víctor Taveras al homenajeado. El domingo despertó chino. No podía ser de otra forma. Con Sonia llegamos al mercadito de hortalizas frescas, domplines caseros, pasteles en hoja de arroz y taro (yautía), tofu (queso de soya), peces Gato vivos y coleando, gallinitas criollas, todo confundido en algarabía en la calzada de la Duarte con Benito. Compramos brotes de habichuelas y frijolitos. Puerros de hojas anchas, nabos maravillosos, vainitas chinas, pan cocido al vapor relleno de cerdo y pasteles. 




En la tarde al Barrio Chino. Un recorrido por los nuevos sitios para culminar en Mei Gui, el "restaurante gourmet", como lo describió el Gordo Oviedo, instalado siempre "donde está la cosa". Su anfitriona nos recibió con los brazos abiertos. Salían la historiadora María Elena Muñoz y la socióloga Ana Teresa Olivier. La doctora Andreina Amaro encabezaba una concurrida mesa. Otra el ingeniero Daniel Bodden. Más allá Jimmy Hungría. La que formamos con el Gordo fue engordando a medida avanzaban los platillos de exquisiteces. Se incorporó Pericles Mejía, teatrista, el sinólogo Luis González, autor de China el ascenso del dragón. Pelegrín Castillo y un diputado israelí. Sorpresa: Walterio Coll, puro rock viejo. Al salir, una expo fotográfica sobre la colonia china, con José Emilio Joa, cantante y arquitecto compañero de bohemia. La combustión china nos lanzó a Pan Oliva, en los Jardines del Embajador. Uno de los mejores a juicio de Ivanhoe Ng Cortiñas, quien llegó minutos después. Por eso, "chinito siempre quiele má".
http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=260408

sábado, 4 de septiembre de 2010

COMER CHINO

"Comer chino" era la clave empleada por William y Manuel Read, Freddy Agüero, el Gordo Oviedo y quien escribe para confabularnos desde el Mesón de Bari los domingos -hace ya tres décadas- y enrumbar hacia la Duarte al mediodía a deleitarnos con los platos de una de las culinarias más antiguas. Los restaurantes y clubes chinos se situaban en las cuadras de Villa Francisca formadas por la Mella, Benito, México, Ravelo y Caracas. "El Cantón", comedor de un club de la colonia nucleado por la familia NG y situado en la segunda de un edificio de tres plantas, casi frente al Max, era el destino más frecuente. Un centro recreativo muy animado con los miembros más viejos de esta comunidad oriental embebidos en el juego y en el culto sano de sus tradiciones. Su culinaria digna, sin pretensiones, ofrecía los platos de la cocina cantonesa, destacándose su pato pequinés, las costillitas de cerdo ahumadas, arroz frito, sopa wanton, de aleta de tiburón, egg rolls, carnes de res y pollo al puerro y jengibre, en salsas de soya, agridulce o de frijoles negros, sopas de pescado o de maíz con huevo, camarones empanizados agridulces o al curry, pescado al vapor.

Las famosas formulaciones de chop suey y chow mein: de cerdo, res, pollo, camarones o mixto. Como en la Mella había operado el Partido Nacionalista Chino, William bautizó este club el Kuomintang. Otros establecimientos, cuadras arriba, repetían prácticamente el menú. Un cierre de estas incursiones en los 80 era el restaurante-hotel Princesa, frente a Sederías California. Allí se confeccionaban exquisitos pasteles de ciruela, limón y crema, que coronaban la jornada como postre. En la década del 70, cuando dirigía el Departamento de Sociología de la UASD, acudía a este recinto junto a mi hermano lasallista Miguel Cocco y al colega Walter Cordero, a disfrutar de suculentas porciones de arroz con pollo, jugoso, revestido de abundante petit pois y tiras de ajíes morrones. Un pan de molde oloroso y dorado que despachaban en el área de repostería, era otro motivo para visitarlo para abastecerse de sus barras y varios cilindros de pay de ciruelas pasa. Mi madre Fefita degustaba estas exquisiteces.

Mis experiencias con la comida china vienen de más atrás, de los 50. Sancarleño como soy, bajar al Parque Independencia por la 16 de Agosto o la 30 de Marzo era una ruta frecuente, imprescindible. Como decían los mayores "era bajar a la ciudad", para jugar en los puentes de su demolida glorieta, corretear, penetrar a El Conde y admirar sus tiendas coquetas, jugueterías como La Margarita e ir a sus salas de cine. Para llegar al Malecón y ver el mar, alcanzar el Parque Infantil Ramfis. En el entorno del Baluarte, los restaurantes Meng y Mario eran lo máximo. Del primero, más abierto hacia la calle y con reservados, retengo sus sabrosos y crocantes chicharrones de pollo, salidos del laboratorio culinario de Felipe Chez, el hacendoso y creativo hermano de Meng, padre de mi querido historiador José Chez Checo. Su arroz con pollo, insuperable, fue el motivo oculto de esa obsesión que me condujo en peregrinación a El Princesa y luego al Londres de la San Martín.

Con mis primos Federiquito Polanco y Miguel Ángel Velázquez, junto a los hermanos Ricart Heredia, preparábamos el ataque. Lo primero, conseguir dinero. Luego, Meng nos brindaba sus platos y algo más: un sándwich de ensaladilla de pollo que sólo encontré luego en el Panamericano de El Conde, donde se le daba un toque de aceite de oliva. Los famosos pay de ciruela y limón. Y un helado de ciruela cremoso, con trozos pastosos de esa fruta seca atacando el paladar en boca, reiterando su dominio sobre el ingrediente lácteo. En los reservados, los mayores fraguaban sus tragos y amoríos. En el costado Norte frente al parque, el Mario había plantado su reputación de buena cocina. De un primo de los hermanos Chez, sus egg rolls, chop suey en todas las denominaciones (presentado en vajilla metálica plateada con tapa para conservar el calor), chow mein, lo mein (los apetitosos noodles chinos al huevo servidos en combinaciones de carnes y salsas), sopa de domplines, camarones y pescados. Y esos panecillos calentitos que derretían la mantequilla. Tenía un menú internacional, que incluía filetes, entre ellos mi preferido London Broil, asopado de camarones, chuletas, ensalada rusa, y el plato azul, un combinado. Así como atractivos caribeños como el carite. Cada opción era un número, facilitando la orden.

El tío Arístides Álvarez Sánchez -secretario de la Liga de Béisbol y presidente del Tribunal Superior de Tierra- mantenía una mesa muy concurrida en uno de sus salones, en la que compartía con sus amigos. En los 70 y hasta que se demolió el edificio que lo alojaba para despejar las murallas de la ciudad colonial, yo lo frecuentaba los domingos con mi familia y amigos -entre ellos Tonito Abreu y Juan Ducoudray. Mis hijos se criaron paladeando su menú. Otro destacable de la culinaria oriental de la capital era El Dragón, ubicado en el edificio Buenaventura, Independencia esquina Doctor. Delgado, próximo a donde Freddy Beras Goico tuvo La Oficina. Cómodo, acogedor, con un aire acondicionado que congelaba, fue centro de la juventud revolucionaria que copó en los 60 ese complejo de apartamentos (Milagros Ortiz Bosch y Joaquín Basanta, Hugo Tolentino, Jottin Cury, Miñín Soto, María Elena Muñoz y Pichy Mella, nieto de Ventura Peña, criado en La Trinitaria frente a mi abuela).

Puntos de encuentro eran el Roxy y el Panamericano, también operaciones chinas en la súper politizada calle El Conde, donde el commander Efraín Castillo ejercía sus plenos poderes. Allí mucha cerveza, ron en serrucho con cola y limón, chicharrón de pollo y tostoncitos con excesiva sal, papas fritas con cátchup, en tanda sabatina meridiana. En Santiago el Pez Dorado de don Miguel Sang, patriarca de la talentosa dinastía Sang Ben que tiene en Mukien una de sus mayores cifras, ha sido mi opción favorita desde que acompañaba a Jimenes Grullón en sus recorridos por el Cibao. Sólo he resentido su oscuridad interior, hiriente la luz solar al salir. En San Pedro de Macorís el Apolo era punto obligado cuando lo visitaba con Rafael Kasse Acta y Guillermo Vallenilla. En la San Martín figuraban el Garden, el Washington, y con entrada por la Kennedy el Peso de Oro, hotel restaurante, así como el ya referido Londres, que sigue funcionando con facilidades confortables. En la Tiradentes el Maxim's, con discretos reservados, donde acudía con mi admirado profesor de canto y latín Luis Frías Sandoval a mediados de los 60. En el Malecón, el Mandarín, amplio y bien servido.

En las últimas décadas otros locales de gastronomía china se abrieron. La Gran Muralla, en la 27, fue una oferta meritoria. El Chino Lee -preferido de Bernardo Vega- en la Rómulo Betancourt hizo su aporte. El Jardín de Jade, en el hotel Embajador, fue sencillamente espectacular, en calidad culinaria y confort. El Castillo de Jade, en la José María Heredia, próximo al Malecón, fue un destino frecuente de tres camaradas bancentralianos que gustaban del pato pequinés, como lo fuera el Chino de Mariscos de la Sarasota para paladear el salutífero pescado al vapor bañado en hierbas, acompañado de batata china, una verdura delicada con toque de sesame oil. En ese lugar, los domingos a las 11:00 am, Aníbal de Castro y Diosa, José del Castillo y Sonia, compartían el dim sum, una amplia gama de platillos frescos servidos en cantinitas. Domplines al vapor rellenos de cerdo, triangulitos de camarón y brote de bambú, bolitas de cerdo con camarones, patitas de pollo picante, pudín de nabo con cangrejo, panecillos embuchados con cerdo dulce, huevitos de codorniz, empanadillas de ajonjolí, pasta de arroz rellena con salsa de ostra. Una comida digestiva y variada, familiar, que repetimos, aquí y en Chinatown de Nueva York. Y que yo reiteré en el barrio chino de San Francisco y Los Ángeles.

En Pittsburgh, durante 6 meses en el 90, acudía semanal con José Moreno y Vennie, y Sonia cuando visitaba, a un fabuloso local que servía comida china en ambiente de primera, en cantidades y calidades nunca vistas. Al final una cuenta parca y una decena de contenedores de cartón para cargar el saldo. Con Manolito García Arévalo y Francis Pou, Luis Heredia Bonetti, Carlos Morales, Georgie Arzeno Brugal, Frank Moya, Roberto Saladín, Ellis Pérez, Jacqueline Malagón y el muy querido Eduardo Latorre, incursionamos en los mejores centros de la gastronomía china newyorkina y washingtoniana durante los programas de la Semana Dominicana en EE.UU. Con Frank Moya, de hábitos vegetarianos, aprovechamos los económicos deliverys de 24 horas que operan en Times Square.

A final de los 80, lo que es hoy nuestro Chinatown, se pobló de restaurantes, reposterías, joyerías y tradings. Surgió el Buen Provecho de Samuel, una fonda popular preferida de Sonia y el Gordo, en la México. Dragon House, sobre la Duarte, brindó atmósfera formal, con menú chino que incluía platos de la culinaria Schezuan (más picante que la cantonesa) como el Pollo Kung Pao con semilla de cajuil, vegetales con variedad de hongos, así como un menú japonés, cuando todavía no se habían difundido los sushi bar y sólo el Samurai representaba al Imperio. El Pabellón Chino en la avenida San Vicente marcó una época de sobriedad y buena atención, al grado que familias del lado occidental del Ozama emigraban los domingos a almorzar en la zona oriental. Apareció el Asadero de la Benito, con sus costillitas, pato pequinés, pollo y carnitas. Delicias campestres amplió la gama con preparados dominicales para llevar. Ahora Rosa Ng, la Pochi dinámica de la Fundación Flor para Todos, abrió las puertas de su local gastronómico en la Duarte, al que hemos respaldado.

Junto a los tradings que nos ponen al alcance productos chinos de calidad, vale retener el restaurante Bella Cristal de la Roberto Pastoriza, el Wok de la Sarasota y para mí, la mejor cadena de comida rápida de este género: el Expreso Jade, particularmente el local de la Lincoln. Allí, cada vez que el apetito por "comer chino" me llama, en medio de esta vía siempre entaponada, hago un giro y caigo en su parqueo. En un tris tengo ante mis ojos unas lonjas de pollo de textura delicada, suave y agradable, salteadas en el wok al ajonjolí, puerro fresco y jengibre, con reluciente cebolla blanca, jugosa. A un precio módico. Salutífera -me descongestiona y me permite respirar a pleno pulmón-. Digestiva. Y para qué, entonces me pregunto, quiero más.



De JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO
http://diariolibre.com/noticias_det.php?id=259610

martes, 13 de abril de 2010

PARQUEOS EN EL BARRIO CHINO


Oh campaña electoral! ¡Parqueo en el Barrio Chino!


SANTO DOMINGO (R. Dominicana).- Lo que durante más de dos años no pudo lograr el razonamiento de entendidos en asuntos urbanos, ni el reclamo ciudadano, ni el derecho de los comerciantes de la zona, lo logró la ambición reeleccionista de Roberto Salcedo: a partir de este lunes, se podrá estacionar en el Barrio Chino desde el mediodía hasta las seis de la mañana del día siguiente.

La medida no es transitoria sino permanente. No tomada por la Sala Capitular que, se entiende, es el máximo organismo edilicio, sino, y a unanimidad, por la Comisión de Co-manejo del barrio. El refrendo de los regidores vendrá después de la medida que, hasta hoy, Salcedo se había negado incluso a discutir.

En fecha ya casi lejana, el 2 de septiembre de 2008, el ahora candidato reeleccionista a alcalde fue enfático al decir que no transigiría en permitir que las calles de Barrio Chino fueran tomada para estacionamientos.

Pero la campaña electoral tiene cara de hereje, y en un país donde casi todo cojea,  el alcalde capitalino no se ruboriza en poner la institucionalidad al servicio de su reelección.

El anuncio de la medida lo hizo Magdalena Díaz de Mazara, directora ejecutiva de la Comisión de Co-manejo, quien precisó algunas normas que deberán ser cumplidas, entre ellas la prohibición de cocinas o fondas móviles que operan en vehículos de motor, triciclos y otros medios.

Quizá porque no deja de ser engorroso adoptar esta medida cuando, durante casi tres años y el mejor estilo cesáreo Salcedo hizo caso omiso a todo razonamiento favorable al parqueo de vehículos en la zona, Díaz de Mazara se esfuerza –según la nota escrita— en salvar un poco la cara. Y lo hace acusando a los comerciantes del  Barrio Chino de haberse negado a participar en la Comisión de Co-manejo, como espacio de discusión de los problemas sectoriales.

7dias.com.do
           

sábado, 6 de marzo de 2010

UN MILLÓN DE FIRMAS PARA EL BARRIO CHINO

PARQUEAR DE LUNES A VIERNES 24 horas... ¡SÍ SE PUEDE!


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SERGIO FORCADELL, en directo



A mí los chinos en general me caen bien y los que trabajan en los restaurantes y tiendas del país, aún mejor, pues son personas que se han fajado durante muchos años contra el viento de una cultura muy diferente y la marea de un idioma sumamente complejo y por ello se han ganado un sitial en el comercio y la gastronomía dominicana.

¿Qué sería de nosotros sin el chino que cierra muy de noche -que quiele complal el señol- atendiendo solícitamente el último cliente del día; qué sería de nosotros también sin el popular y socorrido chofán, el riquísimo cerdo agridulce o los maravillosos egg rolls? por poner unos ejemplos de los platos más populares, o el increíble pato pequinés en el otro extremo de las delicias chinas.

No podemos imaginárnoslo ni por un momento. Mejor que el mundo se pare o tomemos cicuta como lo hizo Sócrates, porque además de ser una cocina tan rica, variada y exótica, es una sabrosa alternativa a la pizza, a la hamburguesa, al picapollo nativo, a la pobre salchicha convertida por los gringos en perro caliente y, sobre todo, a tantos restaurantes súper caros que ahora abundan, donde la pequeñez de las porciones servidas son inversamente proporcionales al monto de sus precios, y a los que la mayoría de los mortales sólo podemos acceder cuando nos toca la loto.

Además, esta laboriosa comunidad ha logrado agruparse de manera eficaz y hacer realidad un floreciente barrio chino en un tramo muy característico de la Duarte y sus alrededores, al que se entra y se sale por una fachada típicamente china y se concentran una notable cantidad de tiendas, bazares, súper mercados, comedores, etc. y hacia donde está afluyendo una cada vez más considerable cantidad de turistas que gustan de lo oriental.

Pues bien, ahora resulta que por un quítame esas pajas, que es un quítame esos parqueos por parte del Ayuntamiento, no se permite estacionar en ese tramo de lunes a viernes por el tema de la circulación, dicen, y por ese asunto el barrio chino peligra, así como suena y sin exagerar, porque sin parqueos en un país hipermotorizado como el nuestro no somos nada ni nadie.

Nos parece que es una medida demasiado drástica y que debería revisarse, pues la realidad del día a día demuestra que sí se puede parquear fuera de los fines de semana a ambos lados y circular sin peligro y de manera fluida por el centro de la avenida. En la calle Benito González, con mucho mayor flujo de tráfico, se estacionan en dos y hasta en tres filas y no pasa nada. ¿Se imaginan que sucedería si el barrio chino agonizara hasta su inanición por unos estacionamientos? ¿Cuánto trabajo, cuántos esfuerzos, cuántas inversiones, cuántos sueños borrados por una decisión municipal que puede reconsiderarse?

¿Por qué el Ayuntamiento no hace una prueba de carácter provisional durante seis meses y luego hablamos, como dicen los políticos? ¿Por qué no acortan las aceras medio metro de lado y lado? ¡ O lo que sea, cuando nos interesa, la capacidad de inventiva nos sobra!

Señor síndico, señores munícipes... por favor, siéntense con Doña Rosa, la inteligente Emperatriz del barrio chino, hablen y fúmense o mejor dicho, cómanse, el chofán de la paz y solucionen ese problema. Los amantes del pollo a lo general Tao, de la sopa agripicante y de tantos platos suculentos - y a buenos precios - así como las amas de casa que con toda razón hacen huelga de cocina cerrada los sábados y domingos, quedaremos agradecidos eternamente.

Hace tiempo que los chinos abrieron sus murallas físicas y mentales al mundo, no les encerremos ahora a ellos con una tan simple de unos parqueos viejos, como bien decimos por aquí.

viernes, 5 de marzo de 2010

LOS CHINOSDOMINICANOS y NOS LA PUSIERON EN CHINA

 
Escrito por: Juan José Ayuso
2 Marzo 2010, 12:11 PM
AL DÍA
Los chinodominicanos
(1)
Los primeros conocidos “a nivel nacional” fueron “los chinos de Bonao”. Eran los dueños de un parador, escala obligada en los viajes de Santo Domingo al resto del Cibao.
Se contaba que un cibaeño llegó al mostrador y pidió a uno de esos orientales “un pai de crema” y que el solícito dependiente regresó con dos cigarrillos Cremas en un platito.
Lo que el criollo solicitaba era un “pie”, una exquisitez de la repostería dada a conocer en el país por los chinos, cuyo nombre en inglés se pronuncia “pai”. Como los cibaeños hablan con la “i”, el chino entendió que era un “par” y no un “pie”.
En el aspecto doméstico, los capitaleños de los años cuarenta, cincuenta y sesenta estaban acostumbrados a los servicios de los chinos, quienes también fundaron restorantes como el Mario, donde se inventó el chicharrón de pollo pero eran más abundantes sus lavanderías.
En el centro de la zona colonial, la presencia semanal de Luis “El Chino” en busca de “la lopa” era habitual en hogares de clase media. (Los chinos tienen problemas con la pronunciación de la “ere”, que cambian por “ele”, y de ahí “lopa” y no ropa).
Durante esos decenios y antes, los integrantes de la colonia china no se mezclaban con los dominicanos más que para los tratos de negocios. Después de los años sesenta, con la democracia que empezó tras el ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo, empezó a haber chinodominicanos, hijos de chinos con criollas y de criollos con chinas.
Y así, hasta que poblaron también las aulas técnicas, las primarias, secundarias y universitarias, y el ejercicio de todas las profesiones que se conocían en esos años. Y la integración empezó a completarse.
Había un refrán, para referirse a casos de difícil curación, que afirmaba que tal o cual enfermedad no la curaba “ni el médico chino”. No se sabía cuál era el origen de la sentencia popular, ni quién había sido aquella eminencia oriental de la medicina, pero ya en los años cincuenta, como de los sesenta en adelante, cada vez hubo más médicos chinodominicanos, y el adagio cayó en desuso.
En estos últimos años, Rosa NG y un grupo de inmigrantes y de criollos decidieron levantar un barrio chino en un lugar de la avenida Duarte, que fue siempre sector de negocios de orientales en las ramas de alimentos, colmados y supermercados, tiendas de ropa y mercería y, por supuesto, lavanderías.
Con cierta participación del gobierno del Estado, el barrio chino se levantó y constituye uno de los atractivos de la ciudad, aparte de que es un centro de generación de empleos y de comercio importante para la economía local.
Hasta que el Ayuntamiento fabricó un “problema” con el asunto del aparcamiento de los automóviles que visitan el sector. Un “problema” cuya causa ha sido crearlo y que por tanto no pueda resolverse.
El aparcamiento en el barrio chino no provoca taponamiento de tránsito y menos accidentes pero el Ayuntamiento y sus autoridades no lo entienden así. Se han propuesto fabricar el “problema” y, como resultado, la gente que lo visita no tiene dónde dejar sus vehículos.
Y empiezan a reducirse sin razón real sino creada las visitas al sector y a bajar el nivel de los negocios y a amenazarse una fuente de generación de empleos y de actividad económica.
Los chinodominicanos del barrio y criollos que lo visitan y lo apoyan han desplegado acciones cívicas a fin de lograr que el Ayuntamiento razone y permita el aparcamiento de vehículos en esas calles.
Como no se les hace caso alguno, ahora tienen la intención de reunir un millón de firmas para calzar otra petición al síndico Roberto Esmérito Salcedo Gavilán, a ver si el número de firmantes, y la vecindad de las elecciones congresuales y municipales, le abren el ojo al excomediante y productor de televisión, creador de un personaje que se conoció por la onomatopeya de “Fuíquiti”, que le quedó como apodo.
Por estos días, cuando a una persona o grupo de ellas se les presenta un problema de difícil o imposible solución, suele decirse que “se la pusieron en China”.
No porque los chinos sean especialistas en crear problemas sino por lo lejos que se encuentra el país antípoda.
Y allá mismo le ha puesto el síndico Salcedo la solución del problema a los chinodominicanos del barrio porque, como se ha repetido en la columna, el problema del aparcamiento no es real sino creado, inventado sólo por “gadejo” de la autoridad municipal a representativos de una comunidad laboriosa y del mejor modelo de convivencia.
No parece que la gente del barrio chino encuentre mucha dificultad para lograr el respaldo de un millón de capitaleños y otros dominicanos a fin de que el Ayuntamiento entienda que el barrio chino no presenta problema alguno sino, antes al contrario, varias soluciones a problemas de generación de empleos y de actividad económica.
Además de aportar rasgos de una cultura milenaria que enriquece a la dominicana.
FLOR PARA TODOS*BARRIO CHINO DE SANTO DOMINGO